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No somos el centro: no existe el centro

Muchos de nosotros que actuamos en nuestras asociaciones de antiguos alumnos de la Compañía de Jesús no vemos mucho más allá. Apenas conocemos nuestra federación, nuestra confederación continental y la Unión Mundial. Nuestra asociación es el centro y el resto del mundo está a nuestro alrededor.

De hecho, los antiguos alumnos de la Compañía de Jesús están presentes en todo el mundo, incluso en pequeñas islas en medio del océano. Vivimos en la superficie de este planeta y no podemos ser el centro: una esfera tiene un centro; la superficie de una esfera, no.

Somos muy diferentes: algunos somos católicos, otros somos protestantes u ortodoxos, otros somos hindúes, buditas, musulmanes, agnósticos o no creemos en el Dios de los cristianos o en ningún dios. Algunos somos europeos, otros africanos, árabes, asiáticos, norteamericanos o sudamericanos.
Hablamos español, mandarín, francés, neerlandés, alemán, ingala, inglés, japonés, cantonés, wolof o cualquier otro idioma.

Pero todos tenemos un denominador común muy fuerte que no es la religión: nuestra educación Jesuita.

¿Qué es eso?
¿Qué nos mantiene unidos como una fuerza centrípeta?
¿En qué consiste nuestra educación Jesuita común?

Los tres pilares de la educación jesuita – Testimonio

La educación jesuita, que implementa la pedagogía ignaciana, recibe su nombre de Ignacio de Loyola (1491-1556), fundador de los jesuitas y objeto de muchos libros escritos por autores muy competentes. Las breves palabras que siguen no pretenden cuestionarlos, ni sintetizar tampoco lo que ya se ha escrito. Se trata más bien del sencillo testimonio de alguien que, después de haberse beneficiado de una educación jesuita, ha recibido su impronta y aprecia la influencia que tiene en su vida cotidiana como padre y hombre activo en la sociedad.

Esa educación, a mi entender, se basa en tres pilares: la actitud positiva, el desarrollo del talento y el servicio al prójimo.

1. La actitud positiva

Se trata de una mentalidad que nos hace fijarnos en los aspectos positivos de cada persona a la que conocemos, de cada información que escuchamos, de cada circunstancia que vivimos y de cada objeto. Pero esa visión favorable no debe entenderse como una mera contemplación, se trata de un principio activo, de una llamada a actuar. Supone una invitación a desarrollar la relación con las personas, a analizar la información, a vivir plenamente las circunstancias de la vida, a respetar los objetos, etc. Esta mentalidad positiva conduce a un compromiso, nos lleva a tomarnos las cosas en serio y a actuar con consciencia.

Sin embargo, esto implica que distinguimos, con pragmatismo y modestia, aquellas cuestiones en las que queremos desplegar nuestros talentos de forma más eficiente y que establezcamos prioridades entre ellas. Por tanto, el compromiso, la superación de uno mismo y el idealismo son los ejes centrales de la educación jesuita. Y son importantes en una sociedad que, como la nuestra, tiene que enfrentarse en ocasiones al desaliento.

2. Desarrollo del talento

Los jesuitas han fundado numerosas escuelas en las que han enseñado. No obstante, el desarrollo del talento va más allá de la docencia. La pedagogía ignaciana pretende desarrollar cuatro dimensiones básicas: cuerpo, mente, corazón y alma. Se pide a las personas que desarrollen sus dimensiones física, intelectual, pero también humana (las relaciones con los demás) y espiritual (la relación con la divinidad).
Esto se hace de determinada forma, de acuerdo con un método concreto, cuyas tres características son el rigor, el pensamiento crítico y el cuestionamiento. Deben llevar al discernimiento que precede a la acción.

Sin duda, el rigor debe gobernar el análisis anterior a la acción, pero también la implementación de dicha acción. Puede traducirse por un término moderno, aunque un tanto simplista: profesionalidad. El pensamiento crítico es una de las bases de la comprensión. Libera la mente y produce libres pensadores… personas que, en ocasiones, se muestran “inquietas” en la Iglesia católica u otras corrientes religiosas.
El cuestionamiento consiste en el replanteamiento constante de uno mismo que rige la búsqueda del MAGIS. El cuestionamiento es lo contrario a la complacencia y debería practicarse de forma constante, incluso, y especialmente, después de la acción. La educación jesuita nos anima a no sentirnos nunca satisfechos con el status quo, sino a esforzarnos por la excelencia, por lo mejor (MAGIS) en una búsqueda constante.

3. El servicio al prójimo

“El talento no vale nada si solamente sirve a aquel a quien se ha concedido”, dijo San Ignacio. Esta pequeña frase revela su visión de nuestro papel en este mundo: no estamos aquí para nosotros mismos, sino para los demás.

Somos los gestores, no los propietarios de los talentos que se nos han concedido: después de desarrollarlos, deben servir al bienestar de nuestro prójimo. Se trata de un mensaje fundamental de Cristo. La educación ignaciana nos lleva a ser personas para los demás a la luz del Evangelio, dicho en términos cristianos.

La actitud positiva nos convierte en transmisores de optimismo. El desarrollo del talento nos convierte en factores de progreso. El sentido de servicio al prójimo nos convierte en agentes de solidaridad.

Se trata de tres características fundamentales de la educación jesuita. Esa educación no tiene el monopolio de estos valores, pero los ha convertido en un sistema coherente. Ese sistema descansa en el corazón de quienes lo eligen libremente y se convierte en fuente de fortaleza además de una guía en el camino de sus vidas.

Eso es lo que tenemos en común en nuestro pequeño planeta de antiguos alumnos de la Compañía de Jesús. Eso es también lo que se traduce en nuestro lenguaje y nuestro comportamiento y hace que nos reconozcamos los unos a los otros. Eso es lo que nos mantiene unidos también. Nuestro desafío consiste en aprovecharlo para movilizar a nuestra comunidad y perseguir causas nobles alineadas con nuestros valores.

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