Pedro Arrupe, 29 años después, todavía en nuestras memorias
El padre Pedro Arrupe falleció el 5 de febrero de 1991. Este día es siempre una ocasión para decir unas palabras sobre este hombre de infalible sabiduría y confianza. El año pasado, el Papa Francisco realizó una visita histórica a Japón y no dejó de rendir homenaje al 28º Superior de la Compañía de Jesús; así como pudo hacerlo de nuevo hace pocos días ante el actual Superior de la Compañía y cerca de 200 fieles laicos más al servicio de la misma. Como recordatorio, hace un año se abrió oficialmente una causa de beatificación de un nativo del País Vasco.
“El padre Arrupe siempre creyó que el servicio de la fe y la promoción de la justicia no podían separarse: están radicalmente unidos.”
Estas fueron las palabras pronunciadas por el Papa Francisco el 7 de noviembre ante el Superior Arturo Sosa y otras 200 personas con motivo del 50 aniversario del Secretariado de Justicia Social y Ecología de la Compañía de Jesús. Estas son las palabras que, un año después de la recepción de su causa de beatificación, inspiran nuestras líneas con motivo de la conmemoración de su muerte hace 29 años.
El 5 de febrero de 1991, el Señor Pedro Arrupe, 28º Superior de la Compañía de Jesús, falleció en el reposo del Señor. Nacido en Bilbao, este estudiante de medicina se unió a los jesuitas a la edad de veinte años. Un año antes había perdido a su padre y, tratando de llorarlo en la oración, fue en peregrinación con sus cuatro hermanas a Lourdes, que siempre considerará “la ciudad de los milagros (…) donde nació mi vocación, en ese ambiente a la vez sencillo y grandioso, a los pies de la Virgen María (…)”. En 1932, cuando los jesuitas fueron expulsados de España, su tierra en muchos aspectos históricos, por el gobierno republicano que entonces gobernaba el país, Pedro Arrupe continuó sus estudios, primero en Bélgica – donde uno de los auditorios de la Universidad Jesuita de Namur lleva su nombre – y luego en los Países Bajos y en los Estados Unidos, donde fue ordenado sacerdote en Nueva York y donde fue capellán de los prisioneros de habla hispana.
En 1938, queriendo siempre ser misionero (lo cual está lejos de ser sobrenatural como jesuita), se fue a Japón en 1938, donde fue nombrado maestro de novicios en Hiroshima. Allí, en 1945, fue testigo directo del horror perpetrado por la mano del hombre: el primero de dos bombardeos atómicos de la península japonesa como medio para imponer la rendición al Ejército Imperial Japonés. Sin embargo, y esto es seguramente un milagro de la Virgen de Lourdes sobre su amado protegido, la bomba lanzada por el Enola Gay afortunadamente no golpeará a Pedro Arrupe; ni siquiera la radiación que salió de ella. Esto le permitirá dedicarse a sí mismo y a sus novicios a ayudar a los supervivientes, a los heridos y a los moribundos.
Volviendo el pasado noviembre tras los pasos de Don Pedro, el Papa Francisco no dejó de saludar a su homólogo (al que había conocido en Argentina), con motivo de este histórico viaje a la tierra del Sol Naciente (el primero de un Papa en Japón desde hace 40 años). Después de un conmovedor momento de meditación en la colina de Nishizaka, donde el primer mártir cristiano japonés, Paul Mikki, fue crucificado en 1597 junto con otros de sus compañeros, el Papa Francisco visitó sucesivamente las dos ciudades bombardeadas en el sur de la península antes de ir a la Catedral de Tokio. Recordó el recuerdo del “Tifón”, como se apodó Pedro Arrupe, invitando a los jesuitas a seguir sus pasos, a ser “trabajadores de la caridad”.
El que más tarde se convirtió en Superior Provincial de los jesuitas en Japón fue elegido el 22 de mayo de 1965, a la muerte del belga Jean-Baptiste Janssens, 28º Superior General de la Compañía de Jesús; se convirtió en uno de los actores del espíritu del Concilio Vaticano II y en un líder espiritual de su tiempo.
Este criterio fue el que más llamó la atención de la Compañía de Jesús cuando depositó la causa de beatificación ante la Santa Sede. Hace un año, el 5 de febrero de 2019, el cardenal De Donatis, cardenal vicario del Papa para Roma (ciudad en la que murió Pedro Arrupe) abrió la causa de beatificación “de este verdadero hombre de Dios” en el corazón de la basílica romana de San Juan de Letrán, recordando cómo el padre Arrupe quería promover “el redescubrimiento de la espiritualidad ignaciana”: “En este marco y partiendo de los textos de San Ignacio, (…) vivió el discernimiento personal y comunitario y lo transmitió y aplicó a su modo de gobernar la Compañía de Jesús, con fidelidad al “modo de proceder” de la Orden. “El cardenal añadió: “Para el padre Arrupe se trataba de convertirse en un hombre y una mujer para los demás”, subrayando su manera de cuidar de los demás, y sobre todo su capacidad de confianza.
Por todas estas cualidades – y por tantas otras – parecía digno de rendir homenaje a este hombre, “profeta de la renovación conciliar” como dijo el Padre Kolvenbach, su sucesor al frente de la Sociedad, y para quien esperamos con sabiduría y confianza su elevación a la beatificación.
Escrito en Bruselas, el 4 de febrero de 2019, por Maurice Selvais
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator