El 31 de julio de 1973, fiesta de San Ignacio sin précédentes…
Queridos Antiguos Alumnos de la Compañía, queridos amigos,
Al celebrar hoy la fiesta del fundador de los jesuitas Ignacio de Loyola, permítanme que los haga retroceder en el tiempo. El 31 de julio de 1973 no fue una fiesta ordinaria de San Ignacio para la Compañía de Jesús, pero nadie en ese momento podía imaginar que los dos acontecimientos que ocurrían ese mismo día marcarían el destino de la Compañía.
En Valencia, España, los Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús de Europa se reunían en su décimo congreso y se dirigían al General de la Compañía de Jesús de la época, nacido en el mismo País Vasco que Ignacio de Loyola. Se llamaba Pedro Arrupe.
Ese mismo día, el 31 de julio de 1973, fiesta de San Ignacio, a unos 10.000 km al oeste, otro jesuita se convertía en provincial de su país. Su país era Argentina y el nombre de ese segundo jesuita es Jorge Mario Bergoglio.
El primero fue expresar ante los Antiguos Alumnos europeos cuál sería su legado a la Compañía de Jesús, a sus Antiguos Alumnos y a la Iglesia. Y lo hizo acuñando una frase que ahora anima, energiza e incluso posee a millones de personas en todo el mundo. Les pidió que fueran: `Hombres y mujeres para los demás’
El segundo se estaba convirtiendo discretamente en el primus inter pares, el superior de los jesuitas argentinos en tiempos muy tumultuosos para su país. Sabemos lo que siguió y cómo Jorge Mario Bergoglio se convirtió posteriormente en arzobispo de Buenos Aires, y más tarde en Papa bajo el nombre de Francisco.
Pero, piensa en esto, ¿no es una hazaña extraordinaria que el mismo día, hace más de cuarenta años, a ambos lados del Atlántico, dos jesuitas estuvieran asumiendo responsabilidades que resuenan hasta hoy?
Pedro Arrupe anunciaba, como el profeta que era, a los Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús de Europa, un poco conmocionados, que el servicio de la fe no debía separarse de la promoción de la justicia.
Jorge Mario Bergoglio, asumía, como pastor, la primera de una serie de responsabilidades, en un momento en que y en un país en el que tendría que discernir para preservar y proteger a sus compañeros y a la Compañía de Jesús en su globalidad.
Dios trabaja de maneras misteriosas y a veces sus sincronicidades son ocasiones para recordar.
46 años después de estos acontecimientos, celebremos a San Ignacio que encendió un fuego que encendió estos otros fuegos. Y oremos en gratitud por lo que estos dos hombres nos han traído y nos siguen trayendo a todos y a muchos otros en el mundo.