01/10/2014
Experiments Medellin – 2013

“Nuestra meta y objetivo educativo es formar hombres que no vivan para sí, sino para Dios y para su Cristo; para Aquél que por nosotros murió y resucitó; hombres para los demás, es decir, que no conciban el amor a Dios sin el amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia y que es la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa, o incluso un ropaje farisaico que oculte nuestro egoísmo”

(Padre Pedro Arrupe)

 

Cada vez me convenzo más de la importancia que tiene para mí como ser humano, ignaciano y ciudadano acercarme a otras realidades, porque Colombia es un país de realidades: la realidad de la madre que lucha día a día para llevar de comer a sus hijos, la realidad del que pide limosna en la calle, la realidad del niño que a su temprana edad ya tiene que entender por qué hay personas que empuñan un arma, la realidad del joven que se siente tentado por irse por la vida fácil. Quisimos que los experimentos sociales de la juventud fueran eso: compartir con una comunidad donde hay una variedad de realidades, que componen al fin y al cabo la realidad de un país que sufre, pero que no pierde la esperanza de un cambio.

Ser exalumnos jesuitas no es solo un título, es más que eso: es una responsabilidad, un reto. Nosotros estamos llamados a dejar el egoísmo y ser líderes para cambiar la realidad de nuestro mundo, y ese reto lo descubrí en los 13 años de formación ignaciana: aprendí que no tenemos que ser unos “súper hombres” para generar un cambio, que desde nuestra condición lo podemos hacer; aprendí que de nada sirve querer cambiar una sociedad si no tengo un deseo de conocer nuevas realidades; aprendí que el amor a Dios es amor a los hombres, y este amor nace del reconocimiento del otro como un igual; aprendí que “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas”, y ese sentir y gustar del que hablaba San Ignacio se da desde la acción, porque el amor se pone más en las obras que en las palabras.

Sólo soy un joven de 18 años, llevo 8 meses de haberme graduado del colegio, pero en nombre de la juventud de mi ciudad, del país y del mundo quiero decir unas palabras: no estamos esperando un cambio, estamos haciendo el cambio, porque somos seres humanos que creemos que aún hay esperanza, que si todos miramos hacia un mismo horizonte podemos generar cosas muy grandes para esta sociedad. A lo mejor no generemos de la noche a la mañana un cambio radical en el mundo entero, pero como lo dijo Martin Luther King: “si ayudo a una sola persona a no perder la esperanza, no habré vivido en vano”.

Quiero terminar este discurso con una invitación: seamos parte del cambio, no ignoremos nuestra misión como exalumnos jesuitas y como ciudadanos. Afuera de este recinto hay una sociedad que nos necesita y que necesitamos de ella.

 

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